Se nos hicieron las doce en el avión; pero al fin llegamos; la una y media de la mañana y ganas de ver a los nuestros; ganas de dormir en nuestro hogar, con nuestros hijos...
Cogimos el coche; hablábamos sin parar para que no te durmieras; reíamos; estábamos felices: nos habíamos casado, nuestros hijos ya habían crecido, ¡que orgullosos estábamos de ellos!. Paramos; compramos algunas coca-colas y algunos cafés; fuimos al baño. Quedaban ya menos de tres horas; de Madrid a Murcia el camino se hacia largo, demasiado quizá. Música. Un golpe. Chocamos.
Recuerdo el dolor que sentí, el primer pensamiento que tuve; lo primero que vi al abrir los ojos. Recuerdo el olor.
Recuerdo tu mirada; tu sonrisa al mirarme; me acariciaste la cara. Recuerdo tus ojos, de repente, sin vida. Ni si quiera lloraste antes. Grité. Te grité. Grité tu nombre. Grité llorando.
Aún te recuerdo frío, rígido e inerte.
Aún te recuerdo callado; a mi lado, con los ojos cerrados. Muerto. Sin remedio. Sin cura. Sin vida...
-Pgn.
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