lunes, 7 de septiembre de 2015

Eterno sendero.

 Decidí salir, evadirme de todo, evadirme de todos. Seguí el sendero de tierra marcado en el camino; no sabia si había sido buena idea ir a aquella casa de escapada con todas esas personas.
 Al final del sendero se veía lo que parecía ser una casa abandonada; era media tarde y aun quedaba tiempo para la cena.
 Puedo acercarme y verla por fuera-. Me dije en voz alta a mi misma.
 Cuando por fin llegué vi la casa oscura y llena de polvo; estaba claro que la habían abandonado hace mucho tiempo; el techo estaba desconchado, aunque me podía imaginar que había sido rojo. También se veían desde fuera las cortinas, o lo que quedaba de ellas, de las habitaciones de la segunda planta: la primera de ellas, parecía la de una niña; con sus pequeñas cortinas rosas con flores de colores; me resultó extrañamente familiar. La segunda habitación, justo a continuación de la de la niña, tenía en las cortinas de color beige un extraño dibujo anaranjado.

 Extrañamente no me inquietaba lo mas mínimo. Algo me llamaba, me incitaba a entrar, me atraía hacia el interior; y sin pensarlo me adentré en aquella misteriosa casa.
 Al entrar me di cuenta que era más grande de lo que se veía; por dentro era enorme. Parecía que se había incendiado algún tiempo atrás; no obstante, podía imaginarme como era a la perfección; con todo lujo de detalles; como si hubiera estado allí cuando estaba habitada; estaba impresionada, no sabia como, me estaba imaginando allí, de pequeña; era como un vago recuerdo que cada vez se hacía más y más fuerte en mi cabeza. Justo en frente de la puerta de entrada estaban las escaleras del salón, que llevaban a la segunda planta, donde estaban los dormitorios. Me sabía perfectamente el camino, aunque no le di demasiada importancia. Subí las escaleras y llegué a la habitación de la niña; la puerta estaba cerrada y no sabía si debía abrirla, asique decidí dejar la puerta como estaba; me giré para ir a la segunda habitación, y escuché un sollozo procedente de la habitación que había dejado atrás. No era posible. Abrí la puerta de la habitación y me encontré, sentada y con la cabeza entre las piernas, a una niña de unos diez años de edad; solo veía su pelo ligeramente dorado y rizado, que largo, caía sobre sus piernas. Me acerqué a ella. Levantó la cabeza, me miró y dijo:
 Vete de aquí tan rápido como puedas-. Y desapareció.
 Me giré automáticamente hacía la puerta, prediciendo lo que iba a suceder, y entró una chica alta y pelirroja de pelo liso; parecía cansada.
 No podía moverme, tan solo podía observar lo que estaba ocurriendo; no podía hablar, no me salían las palabras; ni si quiera podía parpadear.
 Pequeña, por favor no te escondas más-. Dijo llorando. Cayó al suelo de rodillas, como muerta o herida. No paraba de llorar susurrando lo que parecía ser un nombre que no lograba entender; y entonces, allí, tirada en el suelo, levantó la cabeza y me miró fijamente, sus ojos reflejaban nerviosismo, desesperación y tristeza. Cuando se atrevió a tranquilizarse se levantó a la par que se oyó un disparo; y gritó; gritó el nombre que tanto susurraba llorando en el suelo. Gritó su nombre. Gritó mi nombre.
 Y así por arte de magia la niña de pelo ligeramente dorado y rizado estaba en el suelo, inerte y sin vida con un disparo en el pecho y sangre por todos lados.
 Y así por arte de magia me encontré en el suelo con un disparo en el pecho y sangre por todos lados, y me envolvieron las llamas en aquella casa en la que parecía que se había incendiado algún tiempo atrás.
-Pgn.

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